Relación de un prodigioso milagro que San Francisco Xavier, apóstol de la India ha hecho en la ciudad de Nápoles este año de 1634.

Place: Nápoles
Year: 1634
Event: Milagro, Miracle

Transcription:

RELACIÓN DE UN PRODIGIOSO MILAGRO QUE SAN FRANCISCO XAVIER APOSTOL DE LA INDIA HA HECHO EN LA CIUDAD DE NAPOLES ESTE AÑO DE 1634.

Sacada de la información auténtica que hizo el Señor Auditor del eminentísimo Cardenal Arzobispo de Napoles, y de lo que juraron muchos testigos de los más calificados de aquella Ciudad, y de la relación que el Padre Marcelo [Mastrilo] de la Compañía de Jesús, en quien se hizo el milagro, escribió entonces, y ha dado después vocalmente en esta Corte de Madrid. Por el Padre Diego Ramirez de la misma Compañía.

El milagro que quiero referir, si se mira al modo y a sus circunstancias, es por ventura de los más raros, y singulares que han sucedido en la Santa Iglesia. Contaré lo más sustancial de él, y la ocasión de donde se originó.
Al fin del año pasado de 1633, trazó el Señor Conde de Monterrey, Virrey de Napoles, de hacer en su mismo palacio una solemnísima fiesta de la purísima Concepción de N. Señora, en el Domingo de su [infraoctava,] que fue a los 11 de Diciembre. Y entre otros grandiosos aparatos ordenó que se hiciese en cuatro suntosísimos Altares en los cuatro ángulos del patio de palacio, que se encargaron a cuatro personajes de los más principales de aquella ciudad. Uno de ellos tocó a señor Carlos Brancaccho, hermano del eminentísimo Cardenal de este hombre: el cual para la disposición de él quiso valerse de la industria y asistencia del P. Marcelo [Mattrio] de la Compañía de Jesús, por ser su deudo y amigo muy estrecho, y entender bien de la materia. Hízole el Altar con todo acierto, y la fiesta toda salió con la gran [diosidad] que se esperaba. Y al filo de ella estando aquella misma noche del Domingo desarmando los Altares y despojando las paredes, y asistiendo el dicho Padre a lo que le tocaba, llegándose a decir no se qué a uno de los oficiales que andaban en lo alto, por descuido o por desgracia se le cayó al hombre un martillo que traía en las manos, o en la cinta, que pesaba más de dos libras, y dio al Padre sobre la cabeza en el lado derecho sobre la sien: el cual [afsi] por su mucho peso, como por la altura, que era de más de cuatro estados, le hirió muy gravemente. Cayó el Padre en tierra, sintiendo luego grande conmoción y congojosas [bascas], que le provocaban vómito. Comenzó a correrle alguna sangre de la herida, que no parecía por de fuera ser muy grande. Acudieron unos y otros, y lastimados todos del fracaso le hicieron poner en una carroza y le llevaron a su Colegio.


Llamados los cirujanos hicieron luego su oficio lo mejor que pudieron, y más de propósito el día siguiente: y desde luego, reconocieron el peligro, por ser el golpe tal, y en parte tan ocasionada, y haberle notablemente maltratado los mismos músculos y nervios de la sien, con otros accidentes y correspondencias bien poco favorables: en especial que el clima de la ciudad de Napoles no lo es en manera alguna para heridas de la cabeza. Y sucedió así que al tercero o cuarto día le sobrevino al doliente una ardiente calentura, con grandísimos dolores de toda la cabeza, y más de la parte contraria y correspondiente al golpe, y [cargazón] notable del ojo derecho, sin poderle más abrir, y otro accidentes, o mortales, o muy peligrosos. Hiciéronle juntas de médicos, y cirujanos: aplicáronsele muchos y varios remedios: con los cuales aunque a veces mejoró algo, pero nunca de manera que no estuviese siempre en manifiesto peligro de la vida. Aguardóle al día 21. que en este género de heridas fuese ser el término de quien únicamente depende el bueno, o mal suceso; y en el se acabó de sustanciar el proceso y se dio definidamente la sentencia de muerte al pobre doliente. Porque a la entrada del (que vino a ser ya el 31 de Diciembre y el último del año 33.) casi de repente se agravaron notablemente los accidentes pasados, y sobrevinieron otros de nuevo no menos pestilentes: y en especial se le pasmó el brazo izquierdo, sin poderle más mover, y se le corrompieron del todo los nervios, o músculos maxilares, o de las quijadas, de manera que no le fue posible abrir más la boca con arte, ni fuerza alguna. y si tal vez los cirujanos con hierros, y con exquisita violencia algún tanto se la abrieron, no pudo de ningún modo tragar un sólo bocado de pisto, ni de otra cosa alguna de comer, ni aun siquiera una gota de agua, o de otro algún licor, y así pasó aquel día y los tres siguientes sin traspasar cosa alguna que le pudiese ser de algún sustento. Y si le era necesario pedir, o decir alguna cosa, apenas la podía tenuemente pronunciar, ni entenderla los [circunstantes] sino con grandísima dificulta. Desde este punto le tuvieron todos por desahuciado totalmente, y cada ahora esperaban que había de ser la última de su vida. Y los médicos todos, aunque con sumo sentimiento, se despidieron viéndole ya morir sin humano remedio. Sólo uno de ellos como en negocio ya desesperado quiso probar con una extraña y casi temeraria experiencia, si aquél no poder tragar cosa alguna provenía de corrupción de los músculos maxilares, y temporales, o de obstrucción y embarazó de las vías o de la garganta, por la abundancia del mal humor: y para esto abriéndole la boca con instrumentos y con grandísima violencia, le entró por tres veces [una] candela de cera bien gruesa hasta el mismo estómago con increíble fatiga del enfermo; pero sin ningún provecho: porque echándole luego unas gotas de agua en la boca, de ninguna suerte las pudo pasar adentro. Con lo cual el cirujano conoció claramente que el daño provenía de arriba de la lesión y corrupción de los músculos, y que era negocio totalmente sin remedio, y así él y los demás le dejaron en todo y por todo, y si alguna vez volvieron, más fue para ser testigos de su muerte, que remediadores de su mal. Añadíase a todo esto el estar ya el enfermo tan yerto y tan por extremo helado y frio, que con fomentos ni remedios humanos pudo recobrar resabio alguno de calor, ni aún le sentía del mismo fuego, que muy cerca le aplicaban.


Con esto el Lunes por la tarde dos de Enero le fue a ver por última despedida el Padre Carlos Sangri, Provincial de aquella Provincia, y le consoló y alentó para aquel último trance, que ya estaba tan vecino. Mas antes que se despidiese le pidió instantemente el enfermo, que por cuanto el algunos años había tenía fervorosos deseos de ir a predicar el Santo Evangelio a los Gentiles de las Indias, ahora no por deseo de vivir, sino de más agradar a N. Señor, y de más carecer con su divina Majestad, le diese licencia de hacer voto de acudir a este santo empleo, si el Señor por algunos fines ocultos fuese servido de darle vida y salud. Concediolo de buena gana y con harta ternura el Padre Provincial, y más viéndole en aquél extremo; y el enfermo hizo su voto con mucha devoción y afecto. Más poco después viéndole los Padres tan al fin, y que cada instante parecía el último de su vida, se determinaron de darle al punto los Sacramentos, como en efecto se hizo: digo el de la Extrema unción, porque el de la santísima Eucaristía no fue posible en ningún modo, por la notable apretura de boca y garganta que hemos dicho, Sentía extrañamente el buen Padre verse morir sin este santísimo Sacramento por viático, y le lastimaba harto más la hambre que padecía su alma de este manjar soberano, que la que de todos los demás padecía su cuerpo tres días había. Quiso valerse en este caso de la intercesión del Apóstol de las Indias nuestro Padre San Francisco Xavier, y para esto pidió a los enfermeros, que le trajesen allí alguna Imagen suya. Y de muchas y diferentes que en casa había (no sin particular providencia Divina, aunque al parecer muy acaso) le trajeron, luego de una pieza allí cercana una en un lienzo, en que estaba en santo Padre pintado de peregrino, con esclavina parda sobre la sotana, y bordón en la mano derecha (en efecto como el andaba cuando fue a predicar el Santo Evangelio a Japón, y a otras partes de la India.) Pusiéronsela pendiente al lado izquierdo de la cama, y con esto comenzó el enfermo a pedir instantísimamente al Santo Padre delante de Su Imagen, que le alcanzase del Señor esta singular merced, que pudiese entonces Comulgar, Para lo cual se valió también de una reliquia del mismo Santo que allí tenía en un Relicario, aplicándosela diversas veces a la garganta por toda aquella noche. Llegó la mañana del martes tres de Enero, y pareciéndole interiormente, que el Santo le había alcanzado aquel favor de que pudiese Comulgar, pidió que le trajesen la Sagrada Comunión. Y habiéndole primero hecho la experiencia con una forma sin consagrar, le trajeron el Santísimo Sacramento, y le recibió sin dificultad, con grandísimo consuelo suyo, y admiración de los circunstantes. La cual creció más con ver, que dándole alguna cosa que comiese o bebiese para sustento o refrigerio del cuerpo, que con la larga inedia de cuatro días y con tanto padecer estaba en extremo debilitado y casi del todo exhausto; no fue posible pasar nada, por mucho que lo procuraron y esforzaron por entonces, y por todo lo restante de aquel día.


Paso el enfermo agonizando por instantes, y ahogándole cada punto la abundancia de humor y corrompido, que de la cabeza continuamente la bajaba; y tenía de y a gran maravilla no rendir a cada momento el alma. Eran ya más de las nueve de la noche, y los Padres y hermanos del Colegio estaban parte en el aposento del enfermo, los que buenamente cabían, asistiéndole en aquel trance, y los demás en la Iglesia con el Padre Rector encomendándole instantáneamente a nuestro Señor. La Iglesia estaba ya compuesta de negro para el entierro; la ropa y lo demás con que habían de amortajar el cuerpo [difanto], y hasta el mismo baño con que le habían de lavar, ya en el aposento del enfermo; él, aunque con su entero juicio, y no del todo perdida la habla, ya en las gargantas de la muerte; y todos esperando cada instante que le acabase de tragar: cuando él entreoyó una voz, que por dos veces le llamó, nombrándole por su nombre, Marcelo, Marcelo. Él entonces con la voz clara y levantando las manos alentadamente (cosas que por mucho tiempo no había podido hacer) avisó y [e] hizo señas a los circunstantes, que callasen, para ver quién le nombraba: y luego volvió a oír claramente la misma voz que ya le pareció más que humana, la cual de nuevo le nombró, Marcelo, Marcelo. Parecióle que salía de la Imagen y que era sin duda algún gran favor de San Francisco Xavier. Y así en un punto se volvió hacia ella sobre su lado izquierdo (siendo así, que había algunos días que apenas con la ayuda de muchos podía levemente moverse en la cama). Y al mismo tiempo se olvidó del lugar donde estaba, y de los que estaban presentes y de todo lo demás, y se halló en otra región de vida, ajena de todo lo de acá. Fue a poner los ojos en la Imagen; y halló en medio de ella y de su lecho al Santo Padre, que ella representaba (que al punto le conoció) en su forma misma de peregrino, y con un rostro amabilísimo y un semblante todo benegnísimo. El cual le comenzó a hablar en su lengua Italiana con increíble afabilidad, y le dijo así. Y bien, que se hace; y callando el Padre, añadió. Queréis moriros o ir a las Indias? Respondió el Padre, que él no quería ni deseaba otra cosa sino lo que fuese más agradable a la divina Majestad. Ahora bien, replicó el Santo, No os acordáis del voto que ayer hiciste con la licencia de vuestro Padre Provincial, de ir a las Indias, si Dios os diese vida? Y respondiendo el Padre que bien se acordaba; Añadió el Santo. Pues decid conmigo alegremente. El Santo comenzó a decir, y sonriéndole, y con un semblante sobremanera apacible. Los circunstantes oían, no lo que el Santo decía, pero si lo que el Padre hablaba, porque era ya con voz muy clara. Y viéndole razonar de aquella manera, imaginaban los más que ya deliraba (señal cierta que los médicos habían anunciado de su muerte ya presente,) aunque a otros les parecía que aquello no era delirio, sino alguna cosa sobrenatural. Y todos confesaron después, que todo el tiempo que aquello duró sintieron en sus almas un inexplicable consuelo y extraordinaria devoción; como si allí estuviera alguna cosa celestial. Y unos y otros atendían con grande suspensión a ver en qué paraba aquél suceso.


Lo que el Santo iba diciendo, y lo que el Padre repetía y los circunstantes le oían, era la fórmula de los votos sustanciales de Religión, que los de la Compañía hacen pasados los dos años del noviciado; con algunas palabras que el Santo iba añadiendo, y el Padre repitiendo, que son las que aquí irán señaladas de letra diferente, con las demás en la forma siguiente.


[…Latín]Omnipotens Sempiterne Deus, ego Marcellus…Lo que en Castellano quiere decir.
Todo poderoso y sempiterno Dios, yo Marcelo Mastrilo, aunque del todo indignísimo de parecer en vuestro divino acatamiento, pero confiado en vuestra piedad y misericordia infinita, y movido del deseo de serviros, hago voto delante de la Sagradísima Virgen María, De Vos el Santo Padre Francisco Xavier, y de toda la Corte Celestial, a vuestra divina Majestad, de pobreza, castidad y obediencia perpetua en la Compañía de Jesús, y principalmente de la misión apostólica de las Indias, la cual ayer también voté en presencia de mi Padre Provincial, y prometo de entrar en la misma Compañía(esto es de aceptar el grado que en la Compañía se me diere) para vivir en ella perpetuamente, entendiéndolo todo conforme a las constituciones de la misma Compañía, y a los decretos e instrucciones del Santo Padre Francisco Xavier en cuanto a la misión de las Indias. Suplico pues humildemente a vuestra inmensa bondad y clemencia por la Sangre de Jesucristo, y por los méritos del Santo Padre Francisco Xavier; que os dignéis de aceptar en olor de suavidad este holocausto, y el voto que yo indignísimamente he hecho; Y como me diste gracia para lo desear, ofrecer, y votar, así me la dais abundante para lo cumplir, Y para derramar la sangre por vuestro amor.


Acabada esta fórmula, le dijo el Santo con semblante afablísimo, que ya estaba sano, y que rindiese las debidas gracias de tan grande beneficio a Cristo nuestro Señor: y que en señal de agradecimiento y reverencia besase las llagas del Santo Crucifijo que allí estaba.(Teníale el Padre consigo en la cama y casi siempre en la mano derecha, para encomendarle su alma en el último trance.) Hízolo así el buen Padre con harta devoción. Y luego le volvió a hablar el Santo, y le preguntó. Tenéis alguna reliquia mía? Y respondiendo el Padre, que si (porque realmente la tenía con otras en un pequeño relicario a la cabecera, como dijimos) añadió el Santo. Pues estimadla en mucho. Y luego le volvió a preguntar, si tenía alguna reliquia del Santo madero De la Cruz de Cristo? Y respondiendo también, que si, le dijo el Santo, que tocase con ella la parte ofendida. Tomó el Padre el relicario, y aplicósele a donde tenía la herida de la sien. Mas el Santo le hizo señas con la cabeza, a la siniestra, y con la derecha tocándose en su misma cabeza, le señaló al lado contrario de la herida y le instó que tocase en el izquierdo algo detrás y sobre la oreja, que a la verdad era la parte donde siempre desde el principio había sentido el enfermo mayor fatiga.
Teniendo pues el Padre aplicado el relicario a aquella parte, la volvió a decir el Santo. Decid conmigo, y fue diciendo la siguiente salutación y oración a la Santa Cruz, y el Padre repitiéndola.


[…Latín…] En romance es.
Salúdote árbol de la Cruz. Salúdote Cruz preciosísima. A ti me dedico y consagro totalmente para siempre; y te suplico humildemente, que la gracia de derramar por si la sangre, que el Apóstol de las Indias Francisco Xavier después de sufrir tantos trabajos no mereció alcanzar, me la concedas a mi, aunque soy del todo indigno.


Estas palabras le fue diciendo el Santo con inexplicable devoción: y especialmente cuando llegó a aquellas de la mitad, mostró un afecto y ternura tan grande, y una como tristeza y sentimiento tan vivo, que bien declaró el ardiente deseo que en vida había tenido de derramar su sangre por el Señor que parece que aún en el cielo en cierta manera se está con aquellas fervorosas ansias de morir por Cristo.
Tras esto, para mejor disponerle a cumplir el voto, y a seguir el estandarte De la Cruz, quiso el Santo que también dijese las palabras de la siguiente renunciación, y así se las fue diciendo.
[…Latín…]


Quiere decir, Renuncio y doy de mano a mis Padres y parientes, a mis amigos, a mi propia casa, a Italia, y a todas las cosas que me podrían impedir la misión de las Indias y me dedicó todo al bien y salud de las almas entre los Indios, en preferencia del Santo Padre Francisco.


A estas últimas palabras del Santo añadió el Padre Marcelo por su devoción. Padre mío, mío Francisco. A lo cual el Santo le sonrió. Y finalmente le dijo con rostro muy agradable y risueño. Estad ya muy alentado y alegre, y repetid estas mismas cosas todos los días. Y dicho esto, desapareció el Santo, y juntamente la muerte y la enfermedad. Y al mismo punto le pareció al Padre Marcelo que se hallaba donde antes: y comenzó a oír y ver lo que hacían y decían los Padres que estaban en contorno de su cama (que en este espacio nada les había visto, ni oído.) Estaban todos notablemente maravillados y suspensos, y discurría cada uno a su modo sobre lo que a sus ojos y oídos se ofrecía. Halló el Padre del todo sano y valiente: echó luego de ver, que tenía hambre; y así pidió de comer, y se lo dieron de lo que hallaron allí a mano, y él lo recibió con lindo aliento. Aunque luego se acordó, que era razón ante todas cosas dar las debidas gracias a su bienhechor. Y así pidió a todos los presentes, que se arrodillasen, y dijesen la Antífona, versos, y oración de San Francisco Xavier delante de su imagen, y así lo hicieron, repitiendo tres veces a petición suya aquel versículo. Ora pronobis sancte Pater Francisee. Y respondiendo el mismo otras tres. Vt dignus efficiar promossionibus tuis. Y hecho esto, a instancia suya le trajeron de comer, y el Padre lo hizo sin género de dificultad, ni en el recibirlo y disponerlo por sus manos, ni en el masticarlo ni tragarlo. con pasmo y estupor de todos los circunstantes, que no acababan de creer a sus mismos ojos; pensando algunos todavía si era algún delirio del enfermo, o algún [trampantojo] de su imaginación. Mas el Padre los aseguraba, diciendo claramente que él estaba del todo sano y valiente por medio de nuestro Padre San Francisco Xavier. Y el modo particular y todo lo que había pasado contó en secreto al Padre Rector, que De la Iglesia había ya venido. El cual para gloria De Dios Nuestro Señor y honra de su grande siervo, lo publicó luego a todos los que allí estaban: los cuales no sabré decir si se admiraron o se alegraron más de la misericordia del Señor, intercesión rara del Santo, y salud tan maravillosa del Padre. Volvieron una y muchas veces a verle y hablarle, estando ya él sentado sin arrimo alguno sobre la cama, alentado y alegre, y diciendo que se podía luego levantar, y decir Misa la mañana siguiente. Y mirándole atentamente al rostro, le hallaron ya lleno y de muy vivo color, y en todo sin rastro de la dolencia y flaqueza pasada, y tan diferente de lo que poco antes estaba, como va de un muerto y consumido, a un vino y sanó perfectamente. Y en efecto pidiendo él mismo su vestido se levantó al punto, y anduvo alentadamente por el aposento, y con los demás Padres se arrodillaron a la imagen del Santo, que luego allí acomodaron en un Altar con muchas luces, y dijeron devotamente el Te Deum laudamus en acción de gracias. Teníase todavía las vendas y paños de la herida en la cabeza, los cuales a este tiempo se quitó confiadamente: y la hallaron (cosa de nuevo maravillosa!) sin rastro, ni señal alguna de la herida, ni de sus accidentes: el cabello crecido del mismo modo y forma que todo lo demás, ni una mínima cicatriz: en efecto como si tal cosa no hubiera jamás pasado. Creció con esto de nuevo la admiración y la alegría de todos: y con ser ya cerca de la media noche salieron varios Padres de casa a dar aviso de lo sucedido a las personas que estaban esperando por puntos que el Padre [espirasse], especialmente a sus deudos, y a nuestro Padre Provincial, que estaba en la Casa Profesa, y a otras semejantes: a algunos de los cuales pareció el caso tan exquisito e increíble, que dudaron si los que les daban el aviso eran hombres verdaderos, o fantasmas fingidas de la otra vida.


Más no dejaré de advertir en esta ocasión que la tarde antes los Padres, por no dejar nada por intentar, enviaron a llamar a un muy grande cirujano de la ciudad y harto conocido de casa para que le aplicase no se qué medicamento, o cáustico muy eficaz. El cual contra lo que se esperaba, y contra lo que siempre solía hacer, no hubo remedio que quisiese venir (quizá por parecerle que ya aquel negocio era rematado) y afirmaba después, que determinándose algunas veces a ir, se sentía como detener de alguno que interiormente le decía, que no fuese en manera alguna. Y era sin duda que el Santo quería que aquella salud tan repentina y milagrosa no se pudiese aún aparentemente atribuir a medicina alguna natural. Este cirujano pues, remordiéndole últimamente su conciencia, y pareciéndole que había hecho mal en no acudir llamado a la Compañía, se determinó de ir allá cerca de la media noche y llamando a la portería, previniendo como dar al portero sus excusas, le halló con todos los demás alborozado y alegre por la salud milagrosa del Padre, y entró a la parte de la alegría, y le salió luego a publicar por toda la ciudad.
En el interim que esto pasaba, juzgando el Padre Rector ser el caso tan digno de memoria como lo es, deseó que luego se escribiese, por estar entonces tan [vidas] las especies, y tan frescas las circunstancias. Y así pidió al Padre Marcelo si se atrevería a dictársele para que él le fuese escribiendo; mas el Padre le respondió, que él se hallaba tan bueno, y tan esforzado, que él mismo lo podía escribir de su propia mano: y así lo hizo, y de harto mejor letra que otras veces solía hacer, gastando en esto bien dos horas de aquella noche, sin sentir daño, ni cansancio alguno de este trabajo, ni del de tanto hablar, y nada reposar en toda ella.


Al fin llegó la mañana siguiente, miércoles cuatro de enero, y el Padre Marcelo, como si nada hubiera pasado, bajó bien temprano a la Iglesia, y dijo bien de espacio su Misa delante de muchísimas personas de toda suerte, que ya habían concurrido, y comulgó algunas de su mano y fueron innumerables las que por todo aquél día concurrieron a oír de su misma boca las maravillas del Señor en su Santo. Y fue opta nueva manera de milagro no sentir daño, ni dolor alguno de la cabeza, que antes tenía tan flaca, estando todo el día y la noche razonando con tantos tan continuadamente, y asistiendo por la tarde por más de cinco horas continuas con grande intención, y atención a la información jurídica que el Auditor del Señor Cardenal Arzobispo quiso hacer aquel mismo día; pero en efecto le dejó del todo sano y robusto la celestial visita del Santo Padre, Y vióle bien esto los días siguientes, porque cayendo al fin de aquella semana enferma su madre del mal de que Dios se la llevó (quizá por quitarle desde luego aquél estorbo de la misión de las Indias) la asistió el Padre días y noches, sin desnudarse jamás, ni casi reposar un pinto en diez días, sin que por ello sintiese flaqueza alguna, ni un mínimo rastro de lo pasado. La cual salud esfuerzo, y aliento se ha continuado hasta ahora día de la fiesta del mismo Santo, y segundo de Diciembre, en que el Padre está en esta Corte de Madrid de camino para la Apostólica misión de la India, y de Japón.
Vista pues esta tan grande maravilla por medio de la imagen tan peregrina del Santo Padre Francisco Xavier, juzgaron los Padres de casa y los devotos de aquella ciudad, que era razón colocarla en lugar público y decente, para que el pueblo la pudiese venerar, y valerse de su patrocinio: y así pasados algunos días se trazó una solemnísima procesión, a que asistió toda la nobleza, y casi todo el pueblo de Nápoles, y se llevó la Santa Imagen consagradísimo aparato, y se colocó en la Iglesia de nuestro Colegio, en una Capilla que en ella hay del mismo San Francisco Xavier, donde es visitada con increíble frecuencia y devoción, y ha hecho nuestro Señor por ella y hace cada día muchos y muy insignes milagros, de que pudiéramos hacer otra muy larga relación. Y el aposento donde esto sucedió se ha convertido en Capilla y Oratorio muy devoto.


Hiciéronse también para mayor devoción varios y diversos traslados y copias de la milagrosa Imagen, a instancia de muchas personas graves y piadosas, que los pretendieron y alcanzaron; (y alguno está ya hoy en el Colegio Imperial de la Compañía de Jesús de Madrid) Y pintor hubo que hizo consecutivamente casi trescientos sin divertirse a pintar otra cosa en su oficina: el cual queriendo después acudir a no se qué otras obras de su arte, le [falteó] luego la enfermedad, de que brevemente murió, cosa que fue muy notada en toda Nápoles, que parece no quiso el Santo que la mano que tan de propósito se había empleado en retratar su milagrosa Imagen, se divirtiese a pintar otra cosa alguna. Si ya no quiso premiar desde luego con gloria eterna el artífice que así se había esmerado en ilustrar su santa Imagen.


LAVS DEO.
CON LICENCIA,
Impresa en Madrid, en la Imprenta del Reino, Año 1634

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Available translation in English and French.