RELACIÓN DE UN PRODIGIOSO MILAGRO que el apóstol de Oriente, San Francisco Xavier, hizo con una religiosa del convento de nuestra Señora de la Purificación, De la Villa de Moymenta en Portugal, el 10 de Marzo del año 1637.

Place: Moymenta, Portugal
Year: 1637
Event: Milagro, Miracle

Transcription:

RELACIÓN DE UN PRODIGIOSO MILAGRO que el Apostol de Oriente, San Francisco Xavier, hizo con una Religiosa del Convento de nuestra Señora de la Purificación, De la Villa de Moymenta en Portugal, a los diez de Marzo del año de 1637.


Autenticado y aprobado en la forma que lo manda el Concilio Tridentino, por el Ilustrísimo Señor don Miguel de Portugal, Obispo de Lamego, del Consejo de su Majestad.


En la villa de Moymenta de Abeyra, Obispado de Lamego en Portugal, en un Monasterio de Religiosas Bevitas, vivía consagrada a Dios, Soror María de la Encarnación, monja profesa, natural de Garayal, de edad de 25 años, hija de Gaspar Vaez de Sousa, Oidor del Duque, y Caballero del hábito de Cristo, y de María Correa su mujer.


A esta Religiosa maltrataron tanto los males de la vida, que señoréandole de ella un humor frío, a manera [do perlesia], le dejó muerto todo el lado derecho, de pies a cabeza. Pasaron tres años, en que esta enferma sentía con excesivos dolores de cabeza, un ordinario flujo de ella, más frío que los mismos hielos, el que al bajando al ojo derecho, le dejó sin luz, y sin vista; llegó al brazo, y después de haberle tullido a él, y a la mano, dejó también impedidos los dedos, y tan sin fuerza, que no sólo no podían sustentar ningún ligero peso; pero ni apartarse los unos de los otros: pasó el humor adelante, y llegó al estómago, donde causó una grande opilación con tres póstumas, cada una más gorda que un puño; y finalmente dando en lo restante de todo aquel lado derecho, lo trató de suerte, que recogiéndole los nervios, vino el pie derecho a quedar un palmo más corto que el izquierdo. A esto se juntaba no lograr la comida en el estómago, antes causarle ansias, y agonías mortales, y unas congojas de corazón, que le quitaban el habla, dificultaban la respiración, y casi del todo la ahogaban. Ni aún el sueño, común subsidio de la naturaleza flaca, y causada, le era a ella ocasión de alivio, antes en cerrando los ojos, para los hurtar al continuo trabajo del día, sentía sombras falsas, y inquietas, que te todo le impedían el descanso, pena que padeció casi los dos años últimos de su enfermedad. En esta fatiga pasaba las noches de claro en claro, hasta que al amanecer le sobrevenían unos grandes dolores, que le corrían por todas las junturas, que la dejaban (después de molida y cansada) en un sueño penoso; pero tan poco profundo, que en él oía todo lo que le decían, aunque no podía responder. Sobretodo, era notable la variedad de accidentes que padecía, porque unos la hacían toda un ovillo, y otros la dejaban tan derecha y embarrada, que no se podía mover a ninguna parte; unos le quitaban la habla, y otros le daban con tanta furia y vehemencia, que la hacían levantar un palmo en alto del lecho en que estaba; y eran estos accidentes tan a menudo, que en un día le solían dar seis y siete veces.


Para remedio de tantos males, no hubo Médico en el Reino, que no fuese consultado, ni medicina que no se le aplicase, sobre sangrías, fuentes, purgas, sudores, sin que las partes tullidas obedeciesen más a todos estos remedios que si fueran una piedra insensible. Finalmente, agotada toda el arte, y boticas, [è yendo] todavía el mal en crecimiento, afirmaron los Médicos con certificaciones auténticas, no poder aquella vida durar con tal complicación de males, y que solamente restaba hacer súplica a su Santidad para que dispensando, pudiese estar enferma ir a tomar los baños de las Caldas de la Reyna, por no dejar de intentar este remedio para cuyo efecto se esperaba la dispensación, que luego se procuró en Roma. Pero Dios, que en las alas de aquellos en quien voló por el mundo, trae la salud, conforme a lo del Profeta, guardaba la victoria de este mal (que no tiene una sola maravilla) para el segundo Taumeturgo, primero Apóstol del Japón, luz del Oriente, San Francisco Xavier. Por lo cual no sólo una, sino muchas veces, inspiró al Padre Baltazar Sarabia Religioso [professo] de la Compañía de Jesús, y hermano de la misma enferma, que mandase de su celda una imagen de papel, en que el Santo Xavier, se ve en traje de peregrino, en la forma que en Nápoles apareció al Padre Marcelo Mastrili, cuando estando para morir, y teniendo ya perdido el Sentido, la resucitó para esperar en el Oriente sus tanto ejemplos, como hoy hace con grandes muestras de santidad.


No se resolvía el Padre a largar de si, prenda de tanta devoción; cuando a los tres de Marzo, sintiéndole más, que ordinariamente movido a hacerlo, entendiendo ser cosa De Dios, pidió licencia al Santo, para en un pliego de cartas le [embiar] peregrino, la llevar a su hermana salud más peregrina. Hízolo así, aconsejándole en la carta, que llegándole a las manos la Sagrada imagen, le hiciese voto, de que cobrando por su medio la deseada salud, le mandaría hacer una Imagen de busto, y ponerla en la Iglesia de su Convento, y hacer fiesta a su día todos los años, con Misa cantada, y Sermón: y esto no sólo en su vida, pero después de su muerte, dejándolo como en herencia a otras dos hermanas profetas en el mismo Convento. Y para más la alentar, le envió la relación del milagro del Padre Marcelo, que arriba tocamos.
Llegaron las cartas con la Santa Imagen un sábado siete de Marzo a las cinco de la tarde, y con ellas la salud, pues acabándolas de leer, y la relación del milagro del Padre Marcelo, poniendo en su pensamiento hacer el voto en la forma que su hermano le aconseja, de repente se resolvió en unos sudores extraordinarios, porque igualmente fueron copiosos, que suaves. Y porque lo más del milagroso suceso no se puede exprimir mejor, que con las palabras de quien en si le experimentó, pondremos aquí fielmente la copia de dos cartas de la enferma, escritas al mismo Padre Baltasar Sarabia, en la primera de las cuales, dice así.


Tanto que en presencia de la santa Imagen leída la de v.m con la relación del milagro del Padre Marcelo, que fue en un Sábado siete de Marzo, luego tuve intención de hacer el voto que v.m me ordenaba, y solamente con esta intención, como si el Santo me quisiese dar prendas del milagro futuro, en el mismo día a las siete de la noche me dió un sudor extraordinario; y el domingo me hallé muy peor, añadiéndose parece el mal, para que obligada de su fuerza, no dilatase el ofrecimiento. De esta suerte pasé los diez de Marzo, en que me puede levantar y con unas muletas me fui a la celda de la [Abadesa], y le pedí licencia para me confesar, y hacer el voto al Santo. Ella me respondió, que la confesión se quedase para víspera de nuestro Padre San Benito. Acomodeme con la obediencia, tratando de hacer el voto en aquél día; pero llegando a mi celda, llevada parece De Dios, que no quise que la gloria del Santo Xavier se pudiese atribuir a nuestro Padre, si en su víspera hiciese el voto, de repente me puse de rodillas, y asistiéndome dos Religiosas, con humildad lo comencé a hacer en la forma que v.m por su carta me ordenaba; solamente añadí, que no dejaría de hacer fiesta al Santo en su día por ningunos respetos humanos, aunque fuese por muerte de padres, o hermanos porque quise en esto hacer sacrificio de mi voluntad al Santo, en señal de la renunciación que él hizo hacer de sus padres al gran Marcelo. Acabando de decir las últimas palabras: cosa admirable! Yo quedé un breve espacio sobre el Santo en mi pecho, y queriendo tomar la muleta, me hallé con la pierna igual a la sana, y luego me fui al Coro con tanta [priesa] que no hubo Monja que corriendo me pudiese alcanzar, hallándome de improviso con el lado enfermo, tan sano como el otro, y el, ojo con igual vista que el otro: el estómago que tenía con una dureza grandísima, quedó más blando de lo que nunca lo estuvo; y finalmente yo con salud tan perfecta, que luego la noche siguiente asistí a las Completas, y [Maytines], y canté una [lición] con muy buen todo. Fue este milagro de tanta admiración, que las Religiosas cuando me vieron ir corriendo al Coro, no dando crédito a los ojos pensaron que era algún grande delirio; pero conociendo la grandeza del Santo, con muchas lágrimas de alegría cantaron un TE DEUM LAUDAMUS. Tocaron las campanas, a que acudió toda la gente del lugar, espantándose de la maravilla que oían. La madre [Abadesa] mandó el día siguiente decir una Misa cantada al Santo, por la merced que le había hecho, haciendo este milagro, memorable el tiempo de su gobierno.


En otra carta que le escribió en el correo siguiente, le dice así: Nuevas mías son estar ya del todo libre de los males pasados: los sudores que el Santo me dio luego que vi las cartas de v.m fueron continuando sin poderle hacer resistencia, aún en los lugares más fríos en que no podía asistir en el tiempo de los mayores calores; y en tanta copia, que luego se echaba de ver ser milagrosos, y respondiendo siempre al mismo tiempo que los primeros poco más, o menos llegaron a número de doce, en honra parece, de los primeros doce Apóstoles, cuyo espíritu, y don de hacer milagros, tanto representó en vida y muerte sin Santo Francisco Xavier, que hasta en esto me quiso mostrar su grandeza, pues me sanó, dejándome dentro de mi la causa de mi mal, que poco a poco fue saliendo en los sudores, para que yo lo viese con mis ojos; o puede ser que quiso con estos sudores, que en mi propia celda tomase los baños que había de ir a tomar en las Caldas, obrando en mi mayor efecto, de lo que ellas me podían, dar en honra de la observación del claustro Religioso. Hasta aquí la segunda carta.


De suerte, que sacando en suma las maravillas de este milagro, que aún en cifra vale por muchos, al mismo tiempo volvió de repente a la planta del pie encogida a su natural asiento; el estómago quedó desahogado del humor que lo oprimía: el brazo tullido libre, la vista restituida: y de la cabeza principio de todo el mal, huyó toda enfermedad sin dejar señal alguna de lo que había sido, como lo vió, y experimentó todo el Convento, y después lo declaró ante el Ilustrísimo, y Reverendísimo señor don Miguel de Portugal, el cual visitando su Obispado personalmente, examinó aquí los testigos de tan prodigioso milagro; y por remate haciendo junta de Letrados, y Doctores, así Teólogos, como Canonistas, en la forma que lo dispone el Sagrado Concilio, a los 24 de Agosto, día de San Bartolomé Apóstol, con sentencia pública, y parecer universal de todos los que asistieron en la junta, lo declaró, y aprobó por cierto, verdadero, y digno de ser venerado y predicado por tal.


Más porque después de estar ya aprobado este milagro, el mismo Santo Francisco Xavier obró en su devota otra nueva maravilla a quien los que lo supieron, llamaron segundo milagro, nos pareció bien publicarlo con el primero; así para mayor gloria del Santo, como para [loorde] su devota, a quien si el Santo quiso dar salud y vida milagrosa, también después de seis meses se la quiso quitar, no por castigarla como ingrata, sino para de nuevo la premiar con nuevo beneficio, y dar nuevo despacho a la petición que [ella] le hizo. Es pues el caso siguiente.


Hubose de dar principio al cumplimiento del coto, y para eso llegó el Padre Baltasar Saravia a este Convento un jueves trece de Agosto, con la Imagen de bulto prometida, de estatura de siete palmos, obra en todo perfectísima. Por ella solamente parece que estaba esperando su regalada Soror María de la Encarnación y Xavier, para en su presencia decir el NUNC DEMITIS, del viejo Simeon, porque (como ella confesó dos días antes de morir) en el mismo jueves en que el Santo llegó, llevada de un nuevo fervor, le comenzó a hacer una novena, en la cual por días le fue pidiendo, que si por desdicha había de llegar a tanta ingratitud, que aún en cosas muy mínimas le hubiese de desagradar, luego le alcanzase De Dios la muerte, porque antes quería morir, que desmerecer algo de su servicio. En esta resignación de ánimo fue continuando todas las mañanas siguientes, las cuales se levantaba antes de la Comunidad, para más desembarazada continuar su petición, y con lágrimas, y sollozos se iba a la puerta de la Sacristía interior del Convento a donde el Santo estaba encerrado, y aún envuelto en la forma que había venido de [Coimbra].


Después de siete días de batería, le oyó Dios, y mostró querer proveer en su petición de la muerte que deseaba, porque siendo así que había seis meses con la perfecta salud que le quedó del milagro antecedente, a los veinte de Agosto, el jueves siguiente después de la llegada del Santo, de repente amaneció con una enfermedad grave y maligna, que entonces andaba en Muymenta. Llamaron al Médico, y en algunas visitas que le hizo, siempre hijo que todas las señales que tenía eran de vida, y que no moriría. Pidió con todo el día octavo los Sacramentos negáronselos, diciendo que no estaba peligrosa. Apretó con más instancia, afirmando que sabía de cierto su muerte, y cuanto más se los adelantasen, tanto más le anticiparían el gusto que tenía de recibirlo. Diéronselos a fuerza de las peticiones, y mejoró con ellos visiblemente, de suerte que ardiendo antes en calenturas, y padeciendo crueles dolores los primeros doce días de su enfermedad, en los últimos dos estuvo con tanta quietud de potencias, y sentidos, que las Religiosas la tuvieron por sana, y le daban por vaya, que viviría ungida, pues tan temprano se había dado prisa a recibir los últimos Sacramentos.


A esto respondió ella estas formales palabras: No se engañen señores con mi mejoría, porque yo tengo de moriré jueves que viene, que el el catorzeno de mi enfermedad; ni se espanten de que yo así lo certifiqué, porque en el mismo jueves que la Imagen de mi Santo llegó a este Convento, le comencé luego a pedir me alcanzase De Dios, que si de algún modo en mi vida le había de desagradar atrajese tanto mal con mi muerte; y con esta petición fui continuando todas las mañanas, poniéndome a la puerta de la Sacristía que aún estaba cerrada, hasta que el jueves siguiente, como han visto caí mala, y luego quedé cierta del despacho de mi petición, y no quieran saber más: solamente me queda ahora despedirme de mi Santo, para lo cual tengo pedido al Padre mi hermano licencia para que lo desenvuelvan, y sacando del cajón en que está, me le traigan a esta celda.


Vino la licencia, y con ella el Santo a la celda de nuestra Monja, a donde le tuvo espacio de tres horas. Aquí digo yo, que fue para oír y ver aquella dichosa alma, sintiéndose regalada con la vista de aquel su Serafín que parece vino a Moymenta en [busca suya], para por la mano la llevar de la tierra al cielo. Ya se deshacía en lágrimas de alegría, ya en acciones de gracias, parte por la salud corporal, que seis meses había con tan notable milagro recibido de su liberal mano, parte por el despacho de la petición de su muerte, que ya esperaba como las manos cansadas de bautizar tanto número de almas, ya con los pies que pasearon tantos Reynos; ya finalmente tocando muchos otros pasos de su vida, porque la tenía toda muy de memoria. Otras veces tomando de aquí mismo ocasión, como si fuese un Apóstol San Pablo (que así le llamaron en esta ocasión las Religiosas) habló de la fealdad de los vicios, y hermosura de las virtudes, dando como una muestra antigua, saludables consejos a todo el Convento, que con lágrimas y sollozos, la escuchaba: y particularmente Leonor de Santa Ana su hermana de menor edad, que aquí se criaba y por su muerte quedó en su lugar; porque hablando con ella, le dijo, que entrando en Noviciado, amase siempre mucho la santa paciencia, porque nunca más Religiosa, que cuando más molestada y afligida. Finalmente fue esta despedida más para ser ver y oír, que para ser poder escribir con el efecto que lo merece.
Acabada, envió a pedir con grandes encarecimientos al Padre su hermano, que sin esperar por la celebridad de las fiestas, que tenía preparadas, se pusiese luego la santa imagen en el Altar, porque quería llevar este contento a la otra vida, y que adelante no por razón de su muerte se minorase nada en las mismas fiestas, porque conocía que mayor merced le hacía el Santo en llevarla de esta vida, que en haberle dado antes la salud milagrosamente, Después que le dijeron que ya el Santo a sus ruegos estaba puesto en el altar, cubierta de una nueva alegría, pidió que la mudasen de lo alto en que estaba la celda, a lo bajo que quedaba en la correspondencia De la Iglesia, y claustro, en que está el cementerio, y entierro de las Religiosas, diciendo que quería irle llegando viva para la sepultura en que la había de enterrar, y para la Iglesia en que ya estaba colocado su Santo.


Mudada para tan buena vecindad, llegó el jueves tres de Septiembre, en que ella había dicho había de ser su muerte; a cuya causa estaba todo el Convento en aquél día entre el miedo, y la esperanza, por ver si correspondía el suceso a lo dicho; cuando a las siete de la mañana, habiendo estado los dos días antes casi libre de calentura, y totalmente sin dolores, hablando siempre hasta el último [parasismo], con un Santo Cristo, que igualmente tenía en el corazón que en las manos, y perseverando en su perfectísimo juicio, con el Santísimo nombre de Jesús en la boca, espiró y dió el alma su Criador, siendo de edad de veinte y seis años, seis meses después de haberle Dios dado milagrosamente la salud por intercesión del Santo Francisco Xavier.


Y es bien que advirtamos, que en estos seis meses vivió más en el cielo que en la tierra; y que viviendo antes en admirable observancia, en el tiempo que gozó de la milagrosa salud, vivió como una recoleta, ocupándose toda en cuidados, y pensamiento, de como había de servir a su Santo, con quien tuvo notables, primores, no solamente en obras, que piden mayor relación, más aún en palabras; porque nunca le nombraba, sino por mi señor San Francisco de Xavier, y se llamaba esclava suya, y por este respeto después del milagro se firmaba siempre: María de la Encarnación, y Xavier, diciendo que era bien que la sierva se nombrase del nombre del señor. El mismo apellido dejó por herencia a sus dos hermanas, que aún hoy la representan, no sólo en la deuda del beneficio, sino también en la gratificación de él, pues quedaron en su lugar siendo Mayordomas de las fiestas del Santo Apóstol, que todos los años en su día, por cumplimiento del voto, le han de hacer.


Fue esta muerte reputada en todo este Convento por segundo milagro, porque demás de las muchas circunstancias notables que en ella se consideran, y otras que por brevedad se dejan, parecemos basta para que la tengamos por misteriosa, saber que fue un jueves, día en que no solamente llegó la imagen del Santo, y comenzó la petición, y novena de su devota, pero también en él que enfermó, porque quiso Dios, y el Santo Francisco Xavier mostrar en esta correspondencia de días, que por eso la enfermedad y muerte se daba en jueves, porque una y otra se comenzó a pedir con instancia en otro jueves, cual fue el el que llegó la santa Imagen, por cuya intercesión se alcanzó muerte tan dichosa. Sea Dios y su Santo en todo, y por todo loado. En Moymenta a 27 de Septiembre de 637.


El convento de Moymenta.
CON LICENCIA.
En Madrid en la Imprenta del Reyno, año 1638.

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Available translation in English and French.